En la siguiente colaboración, originalmente publicada en el periódico Milenio, la autora profundiza en la cronología y la situación actual de uno de los colectivos sociales con mayor impulso a la participación ciudadana en la capital mexicana, y que representará a México en la Bienal de Arquitectura de Venecia 2016, al mostrarse como una representación fiel del México actual, "un país capaz de reaccionar al desprendimiento entre la arquitectura contemporánea y la sociedad civil".
Se llama Palo Alto y es la nueva frontera de la arquitectura. Mucho más que un complejo habitacional, Palo Alto es una comunidad ubicada en Santa Fe, en la capital mexicana, bastión de las corporaciones multinacionales y las grandes empresas de América Central. Aquí, los residentes se reúnen semanalmente en asambleas para tomar colectivamente las decisiones. Un ejemplo de resistencia y de impulso a la acción.
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Una realidad que convive con el centro financiero mexicano. A la altura del kilómetro 14 y medio de la carretera que va de la Ciudad de México a Toluca, en Santa Fe, una de las zonas más opulentas de la capital, resiste la Cooperativa Palo Alto, una comunidad que en los años 70 comenzó su lucha por estas tierras cuando no eran más que enormes reservas de arena.
A la sombra de El Pantalón. Los miembros de la Cooperativa Palo Alto viven literalmente a la sombra del símbolo financiero de la ciudad, El Pantalón. Dos mundos opuestos, separados solamente por una malla de alambre, uno construido en la verticalidad, hecho de edificios de gran altura en cuyos techos descansan helipuertos privados, mientras que la Cooperativa Palo Alto es un horizonte de pequeñas casas de colores, donde trescientas familias se organizan en un enclave comunitario. La historia de la cooperativa es un peculiar experimento que se inició en los años 30, cuando las afueras de la Ciudad de México se convirtieron en un destino para muchos trabajadores migrantes, en su mayoría procedentes del estado de Michoacán, mano de obra barata utilizada en la excavación de arena.
Los orígenes de la Cooperativa Palo Alto. Obligados por los interminables días de duro trabajo para buscar refugio cercano, estos mineros acamparon en chozas precarias construidas por ellos mismos durante la noche. Con el paso del tiempo, estos hogares improvisados fueron insuficientes para hospedar a los cónyuges y los nuevos niños: las familias crecían, y con ellas, la necesidad de más espacio y organización, así que se edificaron, con grandes esfuerzos, unas casas capaces de soportar la lluvia y la intemperie.
El dueño del predio, Efrén Ledesma, olió la oportunidad de una ganancia adicional, y empezó a cobrar un alquiler semanal. Ledesma decidió vender los terrenos cuando el gobierno de la ciudad lo obligó a cerrar las minas porque el uso de dinamita ponía en riesgo las viviendas de lujo que se estaban edificando en Bosques de las Lomas. Así aprovechó la coyuntura favorable de la llegada de la especulación de lujo que elevaba abruptamente el precio de su tierra. No pensó en los trabajadores que habían vivido ahí por 35 años y conformado su familia en esas mismas tierras.
El frente rosa de la batalla de Palo Alto. Fueron en su mayoría mujeres, esposas o viudas de los mineros las que se negaron a abandonar sus hogares, donde estaban sus relaciones sociales, y muy a menudo también económicas: muchas eran trabajadoras domésticas en las casas de la colonia.Fue un largo y duro camino el que llevó a la creación de una de las cooperativas más antiguas del país – y de todo el continente –: la Cooperativa Palo Alto.
A veces, incluso frenadas por los maridos, poco felices de ver a sus esposas transgredir la función tranquilizadora del ángel del hogar, las mujeres de Palo Alto se negaron a renunciar al sueño de una casa propia, y gracias a la participación de otras organizaciones, activistas y movimientos sociales - que les proporcionaron asesoría financiera, técnica y social - lograron establecerse como una cooperativa para comprar el terreno y levantar construcciones más sólidas y funcionales.
Las mujeres, las amas de casas, se convirtieron en activistas políticas, luchando por el derecho a una vivienda digna, e hicieron de esta batalla una más integral, con la intención de un mejoramiento holístico de la calidad de vida, encontrando soluciones que el modelo moderno de urbe no había logrado encontrar. Un ejemplo es la seguridad. Muy a menudo, las mujeres en las calles sienten miedo, limitando el uso que hacen de la ciudad. Gracias a la creación de un entorno confiable, en Palo Alto este tipo de segregación espacial –o autosegregación– no existe.
Las mujeres de Palo Alto participan en la administración pública, se reconocen como usuarias del espacio común, y deconstruyen el modelo de varón-ciudadano universal, proponiendo otros modelos de ciudadanía donde se ponen en valor las labores de cuidado.
El entorno doméstico se transforma en un espacio de encuentro donde se desarrolla la cotidianidad a través de diferentes estrategias, como la recuperación y la reconversión de lugares. Terrenos abandonados se convierten en suelos edificables, hogares informales en casas, una azotea en una tienda de frutas y verduras, otra en un restaurante… Las centenas de viviendas populares en Palo Alto desdibujan fronteras entre arquitectura profesional y vernácula o popular, así como entre asentamientos y procedimientos regulares e irregulares.
Una nueva ciudad. El espacio de la vivienda está iluminado como un espacio de reapropiación para generar una nueva ciudadanía y mejorar las condiciones de vida de quienes pertenecen a ella. Por tanto, habitar se convierte en un acto político, donde los ciudadanos elaboran sus deseos, reivindicaciones y demandas. Este tipo de “cotidiano” posibilita prácticas de movilización social de las mujeres en la trama urbana, vinculando el concepto de habitar con el de igualdad de oportunidades. Revaluar los procesos de construcción social del entorno, reflexionar sobre la importancia que las mujeres tienen en estas transformaciones, significa replantear el actual modus vivendi de la ciudad, construir un espacio diferente y una ciudadanía más inclusiva.
En Palo Alto las casas son frutos del apoyo comunitario, y se construyeron de forma simultánea y paulatina durante muchos años, el hogar está concebido como proceso y no tanto como un producto terminado, finido. Esta visión in progress ofrece mayor calidad de vida en el largo plazo porque proporciona mayor flexibilidad para adaptarse a las dinámicas familiares, a sus posibilidades, necesidades y deseos. La casa no es un mero acabado, sino un producto vivo, es el acto mismo del habitar, y la arquitectura debe de adaptarse a la vida cambiante de las familias, a las transformaciones del contexto para poder generar ciudad, teniendo en cuenta la relación cultural e incluso afectiva entre el habitante y el lugar que ocupa.
Un ejemplo de resistencia. Hoy, la vida en Palo Alto es diferente, y no es difícil capturar su peculiaridad a primera vista. Todo el mundo se conoce entre sí, se saludan, las calles están constantemente ocupadas por señoras mayores que caminan juntas, los niños juegan libres en la plaza y los domingos se pasan entre los partidos de fútbol y las pláticas entre vecinos.
Semanalmente, los habitantes de Palo Alto se reúnen, pues todas las decisiones se toman de común acuerdo, y para cualquier problema o pregunta se recurre a la Consulta. Por ello, Palo Alto es uno de esos ejemplos que, a pesar de las dificultades, en lugar de generar resignación y amargura, impulsa a la gente a ponerse en acción. La práctica consiste en la construcción de ciudadanos, destacando cuáles son sus necesidades y al mismo tiempo creando una oportunidad para satisfacerlas.
Ésta es la razón por la que la Bienal de Arquitectura de Venecia 2016, titulada Reportando desde el frente y curada por el chileno Alejandro Aravena, que eligió la Cooperativa –junto a varios otros proyectos de interés social– para representar el México actual, un país capaz de reaccionar al desprendimiento entre la arquitectura contemporánea y la sociedad civil.
La 15 edición de la Bienal reporta desde el frente. Al plantear el tema, el arquitecto chileno, ganador este año del prestigioso Premio Pritzker de Arquitectura, declaró: “Nos gustaría que la gente viniera a ver, en la exposición, historias exitosas que valen la pena ser contadas y casos ejemplares que también vale la pena compartir, donde la arquitectura hizo, hace y hará la diferencia en ganar aquellas batallas y expandir aquellas fronteras. Nos gustaría aprender de arquitecturas que, a pesar de la escasez de medios, aprovechan lo que está disponible, en vez de quejarse de lo que carecen. Quisiéramos entender qué herramientas de diseño son necesarias para trastocar las fuerzas que privilegian la ganancia individual sobre el beneficio colectivo, reduciendo el “nosotros” a solo el “yo”. Nos gustaría saber sobre los casos que resistan el reduccionismo y la sobre simplificación, y no renunciar a la misión de la arquitectura de penetrar el misterio de la condición humana”.
La arquitectura como un arma y el espacio como campo de batalla. La inercia de la realidad moderna de las grandes ciudades llevó a la espectacularización de la arquitectura, cada vez más huérfana de su función: mejorar la calidad de vida de las personas. Trascender los aspectos comerciales significa hoy en día trabajar hasta el límite para repensar el uso sensible en la vida cotidiana.
La Bienal de Arquitectura en 2016 celebra este tipo de compromiso social. Ciertamente, la comunidad de Palo Alto no pudo contar con abundantes recursos económicos, pero la falta de fondos nunca ha sido un elemento de disuasión: las herramientas de diseño, las fuerzas para subvertir la ecuación y el prevalecer del bien colectivo han venido tanto de los ciudadanos de la comunidad como de organizaciones no gubernamentales como COPEVI (El Centro Operacional de la Vivienda y Poblamiento) antes, y ahora HIC (Habitat International Coalition), ambos liderados por el arquitecto social Enrique Ortiz, cuyo compromiso profundo y de larga trayectoria fue galardonado este año con el Premio Nacional de Arquitectura.
El encuentro entre las aspiraciones particulares y las necesidades públicas. La próxima Bienal de Arquitectura quiere dar visibilidad a estas figuras que han acompañado las experiencias que logran entrar y moldear las vidas mismas de las personas que forman parte de ellas, explorando la condición humana en la sociedad moderna.
La edición 2016 de la Bienal - que tendrá lugar en el Antiguo Complejo Naval y Militar llamado “El Arsenal”, en la ciudad de Venecia, Italia del 28 de mayo al 27 de noviembre - quiere poner de relieve la existencia de espacios donde se ha construido una noción diferente de la ganancia, la especulación, la exclusión. Territorios donde la arquitectura y el diseño urbano juegan un papel importante como mecanismos para la construcción de la equidad.